Supongo que ya debes haber notado que el mundo no va demasiado bien. Instituciones continentales enfermas, crisis migratoria, tensiones entre ciudades y estados, y todo esto mientras los nuevos señores de la extrema derecha alimentan nuestros miedos más profundos para crear un mundo neo-liberal, cerrado y retrógrado.
Pero igual la sentencia no está escrita todavía: están naciendo nuevos movimientos internacionales positivos, progresistas, inclusivos. Durante el fuego cruzado de varias elecciones a nivel global, encontré a Lorenzo Marsili, pensador, activista, fundador de la ONG European Alternatives y uno de los iniciadores de un movimiento europeo (apoyado por personas como Noam Chomsky, Ken Loach, Slavoj Zizek o Brian Eno) que busca construir un partido global de ciudades progresistas y ciudadanos globales. Hablamos de confines obsoletos, memes progresistas, educación militante e imaginación política, y también le pregunté sobre el arresto de Julian Assange, consultor de su grupo, tratando de entender quién tiene realmente las manos sucias.
- ¿Dónde está la utopía progresista?
- ¿Existen memes progresistas?
- Ideas radicales para tiempos radicales
- Superar el estado nación
- Adiós estados, las ciudades se unen
- "Los estados nación son el problema"
- Las fronteras son aburridas: un nuevo modelo
- El arte activista y la imaginación política
- Educación militante
- J per Julian Assange
La política no tiene que administrar, tiene que saber proponer una visión de futuro. Unas utopías deseables y alcanzables. Parece que solo la extrema derecha ha sido capaz, en los últimos años, de proponer una idea de futuro. Podemos opinar que esta visión de futuro está muy basada en el pasado, es retrógrada u orientada a dar miedo: pero tienen una visión.
¿Cuál es la utopía de los progresistas, y cómo podemos hacerla atractiva para la gente?
Me temo que los únicos utópicos que quedan son de extrema derecha. Gente como Farage, Le Pen, Bannon o Salvini es capaz de transmitir una clara posibilidad de futuro, afirmando que una transformación radical del sistema es posible y que están ahí para hacerla realidad. Obviamente, además de que su transformación se remonta directamente a la Edad Media, también es falsa: dondequiera que la extrema derecha ha llegado al poder, lo primero que ha hecho es proteger los intereses de los sectores más ricos de la sociedad. Se podría decir que es un intento nacionalista de rescate nacionalista. Pero aún así, esa proyección de posibilidad la izquierda no la ha logrado proponer hasta ahora.
La extrema derecha ha construido una fuerte alianza transnacional. ¿Qué hay de la izquierda?
Si quieres pensar sistémicamente y desafiar las bases de un sistema global en decadencia, tienes que ser capaz de pensar en un nuevo movimiento político global y en construir una nueva ambición de transformar el mundo. Un movimiento de liberación global, si así lo prefieres. El socialismo en un solo país no funciona. Y tampoco es posible dejar que sea el Partido Comunista Chino la única fuerza que pueda frenar la globalización neoliberal. Necesitamos un proyecto visionario de cambio que aborde las grandes cuestiones globales de nuestro tiempo con ideas disruptivas que serían impensables en el sistema antiguo: políticas como la renta universal, la garantía de empleo, la soberanía tecnológica, el cierre de los paraísos fiscales, un sistema internacional común de asilo, la transformación ecológica y la redistribución de la riqueza dentro y entre los países.
No se trata solo de tener una visión y comunicar una utopía, sino también de cómo esta se comunica: entender los canales adecuados, y saber utilizarlos para bien.
Históricamente, a las izquierdas se le ha dado bien discutir, conversar, confrontar, todas cosas fundamentales para llegar a soluciones complejas para un mundo complejo. Pero hoy en día, gran parte del debate político se desarrolla más bien a través de memes y de un tipo de comunicación más breve, sintética, instantánea, que llegue a las personas. ¿Son las fuerzas progresistas capaces hoy de condensar esas complejas soluciones en un mensaje inspirador que quepa en una imagen de 150 kb?
Es interesante porque ahora todos hablamos de cómo la extrema derecha utiliza las redes sociales y las nuevas tecnologías y cuánto éxito tienen en el juego; pero hace unos años, todos celebrábamos el uso innovador de las redes sociales para la campaña de Obama y la Primavera Árabe. Todo cambia. No creo que haya nada inherente a la derecha que le facilite el uso de las redes sociales. Creo que esta simplificación resulta muy problemática y tenemos que encontrar la forma de abordarla. Pero no hay nada que indique que la simplificación solo beneficia a la extrema derecha.
Pensemos en algunas de las grandes victorias progresistas del pasado: «El derecho al voto de las mujeres», «Aborto ahora», «Igualdad para los negros», «Igualdad salarial». Todas encajan en un cuarto de tuit y, sin embargo, son la base del gran movimiento de derechos civiles de las últimas décadas. La historia de la política progresista es también una historia de frases cortas que movilizan a una población en torno a demandas de cambio radicales. Así que tal vez tengamos que pensar de forma creativa en lo que serían esas frases, y sin duda, tenemos que pensar cómo simplificar lo que es claramente un mensaje complicado. La historia del activismo progresista es la historia de la movilización de las masas. Y si lo hemos conseguido en el pasado con campesinos analfabetos y obreros exhaustos, seguramente podremos movilizar a la gente en Twitter.
En los últimos años hemos podido observar una des-sofisticación de las ideas. En otras palabras, vemos ideas más enfocadas al estómago que a la mente. En este sentido, ¿no cree que un movimiento progresista paneuropeo como el DiEM25, no es tan atractivo para los ciudadanos? ¿Cómo podemos recuperar el atractivo de la izquierda?
El atractivo de una idea política no precede a la movilización del pueblo, sino que se construye a partir de ella. El problema es nuestra capacidad para enmarcar la cuestión, y no algo inherente a ella. No hay nada que diga que un ser humano se siente más atraído por golpear con un palo a un inmigrante que llega a nuestras costas, que abordar humanitariamente un desafío común. Es el deber de la política, de la cultura, de los intelectuales públicos.
¿En qué nos equivocamos? ¿Cree que hay espacio para el cambio?
Creo que hemos estado demasiado callados. Hemos heredado una especie de miedo por el cambio. Pensamos inmediatamente que todo lo que nos parece demasiado amplio o demasiado ambicioso es imposible, y que la gente no se movilizará en su apoyo. Pero creo que es lo contrario. La gente de hoy quiere radicalismo. Necesitan radicalismo.
¿Cuál es la diferencia entre estado y nación? Por qué es un problema el que, para muchos, estos sean sinónimos?
La principal diferencia es que los estados existen, mientras que una nación, no. Los estados son instituciones que ejercen el poder sobre un territorio determinado, mientras que una nación nace por los actos conjuntos de los individuos. Lo que en la Antigua Grecia se denominaba demos es una entidad natural que se origina a partir de desafíos comunes, acciones conjuntas y una historia compartida. Una historia se construye, no se encuentra ya hecha. Una nación no es estable: es algo que existe y que, al mismo tiempo, siempre está bajo disputa.
La popularidad del Estado nación está en declive. Una vez escribiste que «el espectro de las ciudades parece atormentar a Europa».
El Estado nación es al mismo tiempo demasiado grande y demasiado pequeño. Es demasiado pequeño para abordar los grandes desafíos globales de nuestro tiempo, como la tecnología, la migración o los flujos financieros, puesto que requieren de unas capacidades fuera de las fronteras del Estado nación. Pero también es demasiado grande a la hora de responder a la demanda de los individuos de tener derecho a opinar sobre su propio futuro a un nivel muy inmediato, ya que el estado muy a menudo lo ignora desde su burocracia de gobierno.
Frente a este cambio, parece que muchas ciudades, muchas naciones, están tratando de recuperar el control, haciendo que su país “vuelva a ser grande». Esto está generando mucho conflicto en todo el mundo. ¿Cuál es la otra cara de la moneda?
El gran resurgimiento del nacionalismo se debe en realidad a una especie de ocaso: la desaparición o la crisis del Estado nación como forma política. De la misma forma como en la historia contada por Hannah Arendt, la desaparición gradual de la soberanía de los grandes imperios europeos tras la Primera Guerra Mundial ha desencadenando una respuesta totalitaria a modo de intento desesperado de recuperar ese tipo de control.
El nacionalismo es como un animal herido, que ladra y muerde porque tiene miedo y es débil. Los Estados nación son estructuralmente incapaces de controlar los grandes desafíos mundiales que se nos presentan. No se trata solo del medio ambiente, sino también por ejemplo de la tecnología digital y del uso de datos para controlar no solo los procesos económicos, sino también nuestra mente, nuestro sentido común, nuestro pensamiento. Se trata de flujos financieros y paraísos fiscales. Se trata de la circulación de personas y de la migración. Es la impotencia de las naciones la que está desencadenando nuestra actual época de odio.
Por otro lado, muchas ciudades están encontrando similitudes entre sí y están aliándose en todo el mundo. En la crisis del Estado nación, ¿es la ciudad el espacio de pertenencia?
Las ciudades ofrecen oportunidades fantásticas para que los ciudadanos recuperen el poder político sobre sus instituciones locales, lo que contrasta con la misma situación pero en un contexto nacional, puesto que a menudo no se les permite tener ni voz ni voto sobre el funcionamiento de su democracia.
Hay problemas que ninguna ciudad o estado puede enfrentar por sí solos. Para hacer frente a los desafíos que son demasiado grandes incluso para el sistema estatal nacional, las ciudades tienen que entrar en una red común. Tengo la esperanza de que podamos ir más allá del modelo del Estado nación y reemplazarlo por el de ciudades transnacionales.
¿Cuál es la situación actual de este movimiento global de ciudades?
Barcelona es claramente una de las grandes pioneras en adaptar un enfoque translocal de la política municipal. La propuesta de Barcelona en Comú con la iniciativa «Fearless Cities» y el movimiento municipalista global, adaptado por ciudades como Belgrado o Zagreb, conlleva una extraordinaria innovación cultural y política. Esto sucede también al otro lado del Atlántico, donde el movimiento Sanctuary cities proporciona un refugio seguro para los inmigrantes indocumentados que el gobierno de Donald Trump quiere expulsar de los Estados Unidos.
Es un fenómeno global. Los Estados Unidos y Europa sirven como excelentes ejemplos, pero es un movimiento en crecimiento.
¿Cree que esta es la solución al actual estancamiento de centroizquierda y al surgimiento de los movimientos de la derecha alternativa? ¿Cree que esta podría ser una tercera alternativa?
No estamos en la era de la política del «lo de siempre» de la década de 1990, ni en el «cambio» de Obama de la última década. La socialdemocracia que ha gobernado a muchos países europeos durante los años de crisis europea no ha hecho otra cosa que continuar con las políticas de austeridad.
Para ir más allá, tenemos que ser más radicales y progresistas. Tenemos que entender que para cambiar las estructuras del sistema, necesitaremos ser capaces de transformar la globalización neoliberal como tal. Podemos organizarnos internacionalmente para desafiar las estructuras del mundo y transformarlas, al mismo tiempo que transformamos y cambiamos nuestras comunidades, ciudades y países.
A veces pensamos que es imposible cambiar la globalización. Pero en realidad, esto está sucediendo ante nuestros ojos. China está cambiando los términos de la globalización en este mismo instante. Nos encontramos en un momento histórico en el que el mundo se está transformando rápidamente y, como ciudadanos, tenemos que ser capaces de poner en marcha un contrapoder progresista, gobernar esa transición y esa transformación.
El concepto de Estado nación ya es parte del pasado, pero ¿existe un nuevo modelo? Buscando una independencia basada en un modelo obsoleto, muchos —pienso en Cataluña y Reino Unido— en vez de buscar nuevos formatos de soberanía, están jugando el mismo juego que sus opresores: fronteras endurecidas, mercado cerrado, control férreo. ¿No estamos perdiendo la oportunidad de crear un nuevo modelo?
Algunos no están interesados en crear un nuevo modelo. Lo que el Reino Unido intenta conseguir con el Brexit no es progresista. Es una desvinculación por parte del Reino Unido con el objetivo de jugar aún más ferozmente el juego de la competencia internacional, la cual hunde a los trabajadores y reduce los impuestos en beneficio de muy pocos. Por otro lado, la actual dirección neoliberal que ha seguido la Generalitat busca replicar un mini-estado con el objetivo de llevar a cabo su propia explotación. Nos dicen que la soberanía estatal puede ser una respuesta al capital neoliberal, pero en realidad es todo lo contrario.
La globalización neoliberal se basa precisamente en el enfrentamiento de élites nacionales para atraer capital mediante la reducción de la mano de obra, los impuestos o las leyes ambientales. La solución para abordar este tipo de globalización neoliberal se basa en hacer lo contrario: crear un acuerdo político sin fronteras que restrinja el capital financiero dentro del ámbito de una unidad política más amplia que sea democráticamente responsable y dirigida por los ciudadanos. Renunciar a liderar el mundo y recuperar la soberanía nacional es lo mejor que se puede hacer si se es neoliberal.
Todo cambió con la revolución digital, desde el campo económico hasta el antropológico. ¿En qué modelos podemos inspirarnos para replantearnos el concepto obsoleto del Estado nación?
Parte de la dificultad y el entusiasmo de entrar en una nueva era histórica es que necesitamos construir nuevos modelos, y que no tenemos un plan a seguir.
Existen ciertos modelos que son realmente interesantes. Hemos hablado del Municipalismo, una poderosa intuición tanto en su vertiente occidental como siria; o piensa en la organización autónoma de nuevos sindicatos en el sector tecnológico, donde encontramos ejemplos de huelgas transnacionales en desarrollo. Encontramos también ejemplos de nuevos intentos de hacer política a nivel transnacional. Pienso, por ejemplo, en movimientos como DiEM25 que ha intentado construir un único partido político paneuropeo con un programa común en torno al cual hace campaña y se moviliza, desde Irlanda a Italia, y desde Portugal a Polonia.
Tenemos intuiciones en todo el mundo, pero no hay ningún modelo que esté listo para ser copiado. Estamos en un territorio inexplorado. Esto es peligroso, pero también muy emocionante.
Si una nación es una comunidad política imaginaria, entonces cualquiera puede imaginarla, o imaginar otras nuevas, y romper el sistema desde dentro, tal vez desde el arte y la reflexión.
El arte tiene una gran ventaja que la política no puede tener: un sentido diferente de temporalidad. La política está muy a menudo atascada en el día a día, en las próximas elecciones o en la próxima movilización; mientras que el arte puede mirar a largo plazo y proponer una visión radicalmente alternativa de cómo podría ser la vida. Esto, a menudo, le resulta mucho más complicado a los actores políticos.
El movimiento paneuropeo DiEM25 está compuesto por políticos, pero también por artistas y pensadores. ¿Qué poder tienen el arte y el pensamiento crítico a la hora de imaginar y ofrecer estos diferentes modelos a la sociedad?
Hoy, cuando todo un sistema está en crisis, esta visión a largo plazo de la reconstrucción de un acuerdo para la civilización es más necesaria que nunca. El arte tiene un papel privilegiado a la hora de imaginar cómo será el futuro de la civilización.
El arte debería estar más involucrado en la transformación de las realidades políticas y tiene cierta capacidad mitopoética de efectuar un cambio a través de su propio desenvolvimiento. Dicha mitopoiesis (ndr: la habilidad de dar forma a lo que no está ahí todavía) puede ser tanto una acción más abstracta y a más largo plazo o puede tomar forma de un acto más integrado en el sistema.
Las narraciones nos afectan, estamos rodeados de historias. ¿Esta mitopoiesis, esta construcción del mito y de las nuevas posibilidades, puede ser realmente uno de los factores de tracción, en términos de movimiento? Los Zapatistas mexicanos solían decir «Cambiar el mundo es una tarea muy difícil. Es casi imposible. Es por eso que queremos crear uno nuevo». ¿Qué opina de esta idea?
Creo que el mundo está mucho más adelantado que nuestra capacidad para comprenderlo y gobernarlo. El mundo, en su conjunto, se ha transformado en un único espacio político de una manera en la que nuestros sistemas de pensamiento, y nuestras estructuras políticas son incapaces de captar y comprender.
Tomo prestada una expresión del filósofo chino Zhao Tingyang para decir que, en cierto modo, estamos experimentando el mundo como tal como un sujeto político. El mundo se unifica, mientras que la humanidad sigue dividida en impotentes comunidades nacionales. Aún nos queda una brecha gigantesca por cerrar.
Es necesaria la construcción de una comunidad de propósito, de acción, de personas divididas por fronteras y unidas por todo lo demás. El arte tiene un rol importante en esta recreación de la nacionalidad, pertenencia, y comunidad más allá de líneas transnacionales: el arte puede proponer una nueva unidad basada en intereses reales y no en falsas etiquetas nacionalistas.
«¿Qué viene después de los estados-nación y cómo llegamos allí? Esta es la pregunta a la que la School of Transnational Activism, la nueva iniciativa educativa que estáis lanzando, pretende dar respuesta». ¿Cómo ha nacido esta escuela y por qué el mundo de la educación?
Pensamos que era necesario trabajar con activistas, movimientos sociales e individuos jóvenes que están entrando en la política a cualquier nivel, con el fin de fomentar el conocimiento para poder actuar políticamente, más allá de las fronteras.
Sabemos que tenemos que construir una conexión translocal y transnacionalizar los movimientos sociales, pero no está tan claro cómo: la School of Transnational Activism, así como las antiguas escuelas políticas, trata de crear una nueva generación para una acción política que no se ha visto hasta ahora, pero que creemos que es completamente necesaria en el mundo que está por venir.
Estáis creando una nueva generación de activistas. ¿Crees que la educación del futuro se basa en la formación de ciudadanos informados y militantes que, además de poseer el conocimiento necesario, luchan por lo que quieren?
Para mí, formar ciudadanos informados y militantes es la única manera de construir una verdadera política transnacional.
Cuando hablamos de política transnacional, inmediatamente se piensa que necesitamos nuevas instituciones globales, lo que puede ser cierto pero no es del todo así. Lo que necesitamos realmente son nuevos ciudadanos globales y la capacidad de organización transnacional. En pocas palabras, necesitamos partidos políticos, sindicatos, movimientos sociales y medios de comunicación transnacionales.
Necesitamos, por ejemplo, partidos políticos capaces de reunir a representantes de la sociedad civil africana y europea para elaborar una política común de migración. Necesitamos sindicatos transnacionales capaces de ir más allá de los temores nacionalistas y que represente los intereses de todos los trabajadores, dondequiera que se encuentren, frente al capital común transnacional.
Lo que necesitamos son movimientos transnacionales de individuos y ciudadanos que sean capaces de conectar a nivel global y aprovechar esa conexión para llegar al mainstream, como Fridays For Future o Barcelona en Comú.
Hace pocas semanas asistimos al arresto de Julian Assange, fundador de WikiLeaks y también miembro de tu grupo DiEM25. El mensaje parece claro: perseguir las voces de los disidentes y crear un ambiente de miedo. ¿Qué significa este arresto?
No importa lo que pienses de Julian Assange como persona, como pensador o sobre su pasado. Debe quedar claro que solo se le está arrestando por haber hecho evidente lo que nuestros estados no querían que supiéramos: sobre todo, las atrocidades de Estados Unidos en Irak. Las instituciones estatales en las sociedades democráticas tienen un deseo profundamente arraigado de no dejar que sus ciudadanos sepan lo que están haciendo por encima de sus cabezas.
El arresto de Assange, en realidad, no tiene nada que ver con Julian Assange. Tiene que ver con descubrir que, en el propio corazón de las democracias occidentales, un aparato de vigilancia se está volviendo en contra de su propio pueblo. Deberíamos mirar hacia dónde apunta el dedo de Assange, en lugar de mirar lo sucio que podría estar ese dedo.